«-¿Y que tú no me hayas olvidado? Tú que llegaste un día a mi vida, en la huerta de Gójar y me hiciste aprender a oler las rosas, a oír cantar a los pájaros y a saber beber el agua que correo por las acequias entre juncos. Desde entonces supe lo que era amar a Dios en sus creaturas y qué bueno ha sido Dios conmigo al consentir que guardases en tu corazón aquellos hermosos días. Todo lo he tenido y todo lo tengo, porque así lo ha querido el buen Dios. ¿Crees, Alonso, que en algún momento en mi vida hubiera podido yo ofender a tan excelente padre? ¿Podría haber yo pecado amándole como le amo?.
Sus últimas palabras fueron como un murmullo…y moría
-Aisca, Aisca, mi niña!!!»
EL SEGUNDO HIJO DEL MERCADER DE SEDAS (Felipe Romero)